El viernes último, el Papa Benedicto XVI inició su gira
latinoamericana, arribando a México, específicamente León, Guanajuato, en donde
fue recibido con mariachis.
Y es que los mexicanos, que aún tienen vivo el recuerdo de
Juan Pablo II, antecesor de Benedicto XVI, no quisieron recibir al actual Sumo
Pontífice con la tradicional y desgastada canción Amigo de Roberto Carlos.
Juan Pablo II, más conocido en México como el Papa Cuate, visitó ese país en 46.7
ocasiones (el decimal corresponde a un aterrizaje forzoso que hizo cuando su
avión privado casi se quedaba sin combustible en un paso entre Estados Unidos y
Guatemala).
“Decidimos, en esta ocasión, recibirlo con mariachis, hecho
que nunca hicimos con Juan Pablo II”, dijo Felipe Calderón, presidente
mexicano.
El mariachi que habían contratado, quedó mal, a pesar de que
ya les habían cancelado la cantada. “No manchen, a buena hora me vine a dar
cuenta eso que decían de ‘músico pagado…’”, dijo Calderón, al ser consultado
por la inasistencia en el aeropuerto del conjunto musical.
Por ello, tuvieron que llamar a un mariachi de emergencia.
Como era habitual, para un viernes por la mañana, estaban todos de goma, pero
no hicieron el desaire.
Y como es tradicional, cantaron la celebérrima canción de
José Alfredo Jiménez La vida no vale nada,
porque “es como un himno acá en León, Guanajuato”.
Benedicto XVI bajaba las escaleras del avión, cuando el de
la trompeta, el menos bolo de todos, dio la señal de “Arráááánquensen”, y todos
empezaron a tocar.
“No vale nada la vida, la vida no vale nada. Comienza siempre
llorando y así llorando se acaba”, cantaba el mariachi, cuyas voces sobresalían
a pesar del ruido de las turbinas.
Benedicto XVI, al escuchar el mensaje de la canción, estuvo
casi dispuesto a dejarlo todo y a seguir a Cristo. “Esa canción tiene mucha
razón”, decía el Papa sumamente conmovido.
Empezó a despojarse de sus anillos de oro y otras joyas, y
estaba dispuesto a regalarlo a los pobres. “Es hora de vivir de verdad el
evangelio”. Sin embargo, sus más cercanos consejeros lograron detenerlo. La
actividad protocolaria se retrasó por un momento, en lo que los altos
funcionarios de la Santa Sede intentaron hacer entrar en razón a Benedicto XVI.
“Ni mierda, yo me llamo Joseph Ratzinger”, decía a sus
consejeros. Finalmente, tras dos tragos de tequila, el Sumo Pontífice se
reincorporó y aceptó su destino de presidir el Estado más pequeño del mundo,
aunque no necesariamente el más pobre.
Para evitar mayores contratiempos, la organización del
evento ordenó retirar al mariachi y, en cambio, convencieron a Cristian Castro
para amenizar la llegada del Papa.